De trabajo y boda

Estas últimas semanas han sido muy tranquilas, para no podernos quejar. Mucho trabajo por épocas: hay días en los que hay tantas cosas que hacer y tantas cosas que pueden salir mal, que una no tiene ganas de ir a la oficina. Bueno, mi oficina también es un poco especial: es un sitio oscuro, frío y lejano, que lo hace poco muy poco apetecible, menos aún teniendo en cuenta su condición de lugar de trabajo. Esta semana ha sido un poco frustrante, no tanto por el trabajo, al que ya le voy cogiendo la mecánica un poco, sino por el ambiente. Creo que no termino de hacerme a esto, me da la impresión de que tengo las prioridades desubicadas y le doy mucha importancia a trivialidades que no van a ningún lado, y al revés: paso por alto cosas que podrían tener mucha miga si me entretuviera un poco. Será la dinámica de empezar un trabajo nuevo. De todas formas, me veo mucho mejor que cuando empecé en MTU, ahora ya sé lo que estoy haciendo. No sé si es un signo bueno o malo, pero voy a elegir quedarme hoy con lo bueno.

Aunque tengo suerte. Si bien me cuesta un poco salir de casa para venir a este rincón de la pampa en el que paso un tercio de mi día, la bicicleta mañanera lo hace un poco más llevadero. Hoy he venido con frío. Quien dice frío, dice 10°, que sin llevar la ropa adecuada, es ya respetable. Pero me ha recordado a esos días en los que hacía -2° (el invierno pasado fue benévolo con los inmigrantes andaluces de Múnich, de hecho con todo Munich) y notaba el viento en la cara, pero sólo al principio, porque a los pocos minutos dejaba de sentir la cara. La notaba latiendo, pero sin sentidos activos, sólo latiendo contra el frío. Al llegar a la oficina, he notado que no era una de esas veces. En invierno de verdad necesitaba cerca de una hora para deshacerme de esa sensación que te intenta convencer de que se te está helando el cuerpo, y hoy ni siquiera ha aparecido. Pero me gusta descubrir estas sensaciones, siempre pensaba que de adulto se dejaba uno de asombrar por estas cosas cuando experimentaba algo nuevo.

Y, por suerte, de todo se descansa, así que en una semana tengo una pausa bien merecida, que pasaré en España, de celebración. Se casa un antiguo compañero de piso. Bueno, compañero de piso, de colegio mayor, de juergas, de fatigas... Como toda la gente que conservo de los años en Madrid. Estas cosas son siempre así, a esas edades se viven tantas cosas que parece que hemos compartido mucho más de 9 años. Por eso tengo unas ganas locas de ir, de reencontrarme con la gente, de felicitar a la pareja y de reírme con mis amigos. Y de España, también tengo ganas de España. Y de ponerme el vestido que me he comprado. Tengo el vestuario listo, mi única tarea pendiente es no engordar. A ver, puedo engordar, tengo de margen el espacio libre que queda entre mi cuerpo serrano y el vestido, pero es un margen tan estrecho y me da tanto miedo entrar en la zona de las tolerancias, que intentar no engordar parece la opción más cabal de las contempladas hasta ahora. Aunque con este frío y tanta bici, no parece que vaya a ser una opción fácil, que a mí el deporte me da mucha hambre.

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