Adios, buhardillica
Después de dos años y medio de buenos ratos aquí, nos vemos empujados a dejar el que aún hoy es nuestro primer nidito de amor y mudarnos a otro nido, más grande, más lejos y con más verde.
El motivo detrás de esta decisión es el mismo por el que afrontamos la mudanza con una persona útil de menos y un mueble de más y la razón por la que ahora sonrío cuando me veo y me digo "ya sí que me estoy haciendo gorda!": tenemos un churumbel (o churumbela) en camino. Es por esto también que, aunque todas mis mudanzas hasta ahora han tenido un toque amargo, veo esta con mucha ilusión. Y no es porque yo no pueda cargar muebles esta vez (de hecho, eso me mata un poco), sino porque estoy como loca por preparar todo para el nuevo miembro de la familia.
El proceso de búsqueda de piso ha sido duro, y más teniendo en cuenta que muchos de los trámites a hacer tienen estrecha relación con tu dirección, pero ya está conseguido, y ahora toca centrarse en la mudanza, así que poco a poco.
Espero que salga todo genial, y que el piso que está por venir nos trate igual de bien que el que dejamos. Porque ha habido de todo, pero ahora recuerdo los pisos por donde hemos pasado y las ganas que teníamos de poder estar así, en un piso tal y como éste, y me muero de pena de dejarlo.
Estuvo el piso de Ganapanes, que recuerdo siempre lleno de gente, nunca te aburrías: siempre había un compañero dispuesto a echar una charleta, ver un capitulico o echarse unos orujos Ayyy, eso era vida! Y esa terracita a la que salíamos cuando hacía bueno a tomar tostadas de pan con aceite y tomate, para no echar de menos la tierra...
Paralelamente estuvo el piso de Carabanchel, también lleno a rebosar, con ese saloncito acogedor donde se juntaban todos los viernes, a echar calimochos acompañados de unas sanas "york'eso". Y esas cenitas de marqueses que se marcaban de vez en cuando... Madre mía!
Luego fue mi piso de Atocha, mi primera experiencia viviendo con desconocidos, que no pudo ir mejor, y mi primer piso en un quinto sin ascensor. Ahí vi que no era para tanto, subir cinco pisos de escaleras, si tenías ganas de llegar arriba.
Y luego, ya en Múnich, el sofá cama de Edurne me sirvió para conciliar el sueño y hacer mucho más llevaderos los primeros meses en una ciudad nueva. Y más adelante, el Kinderzimmer de Elia y Mena fue nuestro dormitorio durante otros meses. Lo recuerdo como un refugio: llegabas a casa y te encontrabas a tus amigos de siempre, como si no hubiera cambiado nada... Un regalo, de verdad.
Pero siempre, desde Ganapanes, había querido vivir con Antonio así, los dos, preferiblemente en uno de esos pisos a los que miraba cuando admiraba balcones en Madrid. Y encontré uno digno de ser algo así. Puede que no estuviera en Madrid, y que por fuera no destacara tanto como los que me perdían a mí, pero por dentro era todo lo que tenía en mente. Y por fin aquí descubrimos que no somos de decorar, que la convivencia no es tan fácil, que las cosas cambian cuando no hay niños a los que echarles la culpa, pero que merece mucho la pena. Y poco a poco fuimos amueblando esto, con ayuda, y fuimos haciéndolo nuestro.
Y ahora que sabemos de qué va esto, seguro que el próximo piso se amuebla y se decora casi solo. Por lo pronto, ya deberíamos tener internet el primer día de contrato, lo que significa 4 semanas de mejora con respecto a este piso. Pero aunque confío en que la experiencia, la ilusión y el motivo de la mudanza, hagan ésta más llevadera, sé que no hay forma de que no vaya a echar de menos mi buhardillica.
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