Diferencias culturales

Hemos vuelto esta semana de nuestras vacaciones en España, que nos han servido de presentación en sociedad de Julia. Hemos echado dos semanillas allí, en las que me han llamado la atención muchas cosas, supongo que por el contraste con Alemania.

Desde que estuve en Nicaragua me fijo en posibles indicadores de la situación o costumbres de una zona. He encontrado que los anuncios de la televisión son un indicador muy bueno. Aquí parece que solo hay anuncios de aplicaciones y de páginas web que ofrecen servicios varios, como entrenador personal, un sitio web de compra de joyas, lencería o outfits personalizados y mil más. En España me ha parecido siempre que la publicidad está llena de anuncios de créditos exprés, de éstos de hasta 300€. Ahora también he visto anuncios de alarmas de seguridad que apelan al miedo a que te roben y al sentimiento que te genera el saber que han entrado a la fuerza en tu casa para que pongas una alarma. Muy poco ético, pero igual les funciona, oye.

Algo también significativo es lo adaptados que están los locales. Ahora que nos movemos con carrito casi siempre apreciamos los sitios con rampas u obstáculos salvables, que no son todos. En España son inlcuso menos. También tengo que decir que la falta de adaptabilidad la suplen en la mayoría de los casos con simpatía y disposición: en un bar de tapas en Gonzalo Gallas, el camarero nos ayudó a subir el carro los 4 escalones que separaban el local de la calle y nos apartó unas 5 ó 6 sillas hasta llegar a una mesa libre. Otras veces no tenemos tanta suerte, y cuando he ido sola al Corte Inglés o a alguna librería he tenido que empujar (o tirar de) la puerta a la vez que empujaba el carrito, porque a nadie se le ocurre ayudarte. A la gente incluso se le ocurre mirarte mal porque tardas un poco más en entrar y puede que acabes obstaculizando un pelín a alguien que tenga una prisa bárbara. Aunque no generalicemos, me pasó en 3 ocasiones en una semana, puede que no sea la norma y que yo tenga mala suerte.

Y hablando del Corte Inglés, aquí llega la anécdota que más rabia me da de mi semana investigando el pueblo en el que nací. Desde hace unos años está el centro poblado de gente joven que intenta captar socios para diversas ONGs. Yo ya me he parado con casi todos, intentando que me cuenten qué hace su organización y cómo podría colaborar con ellos con mi tiempo en lugar de con mi dinero. Nada, parece que no hay opción. Por eso y porque iba con algo de prisa, decidí no pararme en ningún solidario el día en cuestión. Uno de ellos se ofreció a acompañarme, si no me podía parar, y le dije que vale, que iba para El Corte Inglés. El trabajador de la ONG (ni recuerdo cuál era) me dijo que entonces no me acompañaba, que él no podía ir de compras tan pronto por la mañana como yo, que qué suerte tenía de poder estar de compras un día normal por la mañana y no trabajando como él. Seguí andando y me pareció excesivo volverme a contestarle, pero luego lo pensé y, al salir, pasé por el mismo sitio, a ver si me lo cruzaba otra vez y le contestaba, aunque fuera media hora más tarde. No hubo suerte, pero el chico éste me hizo reflexionar. ¿En serio se puede juzgar a alguien de esa manera porque vaya a comprar un día por la mañana? ¿Quién le ha dado vela en este entierro al tío ése para permitirse pensar que sabe algo de la gente que se encuentra fugazmente en el centro? Me dio mucha rabia el incidente, pero es que parece que hemos perdido el norte. Hemos empezado por juzgar duramente a políticos y altos cargos después de años de ignorar lo que hacían, y de repente extendemos ese rasero por el que les hacemos pasar a todo el mundo.

Nada, a seguir juzgando basándonos en encuentros de 20s, seguro que acertamos casi todas las veces.

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