El huerto: un fracaso anunciado
El hombre, que, pecando de soberbia, cree que puede engañar a las plantas con unos míseros litros de agua un par de veces a la semana, que cree que la lluvia está de su lado y la deja hacer cuando aparece, que no da importancia a unos brotecitos verdes indeseados, pensando que nunca llegarán a ocultar sus verduras, que cree que puede parar la primavera con una telita negra. ¿No es la historia de siempre?
Y, del otro lado, la naturaleza. Desordenada, imprevisible, incontrolable. Que elige dar nutrientes a los cardos antes que a los tomates, que manda humedad para que las babosas sí se sientan como en casa, que odia los caminos y las zanjas y no pierde la ocasion de demostrarlo, desdibujando cualquier forma que responda a un patrón ideado por el hombre y ocultando botellas y palitos de bambú en medio de su verdor y rodeados de abejas, haciéndolos, no solo invisibles, sino también completamente inaccesibles.
¿Quién iba a haber sabido la lucha que suponía cuidar de un huerto?
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