Los anfitriones

El anfitrión es un ser generoso, por naturaleza. Es atento, pero poco invasivo. Es acogedor siempre, aunque en sus ojos se adivine a veces una distancia insalvable.
El anfitrión se integra con su visita. Está de vacaciones, aun estando en casa. Prueba cosas nuevas cada vez, para no perder esa emoción que da adentrarse en lo desconocido, llegando a olvidar que está en su terreno. Consigue salir de su zona de confort sin moverse de casa. Y lo disfruta.
El anfitrión lava, limpia y, a veces, cocina. Planifica, dirige, y adapta sus planes a su grupo. Intenta ser objetivo, pero no puede evitar presumir de las cosas de las que se siente orgulloso de aquello que ha llegado a sentir como su hogar.
Es un rol que, por circunstancias de la vida, nos había sido casi vetado hasta hace poco.
En Madrid ya ejercimos de anfitriones, pero desde la incomodidad que da un piso compartido y un sofá, o un colchón en el suelo.
Ya en Múnich, fuimos anfitriones conjuntos con Elia y Edu, pero si no eres el que está en el contrato, te sientes un poco menos parte. Tonterías, claro.
Cuando nos mudamos a nuestra buhardilla, seguimos sin acoger a gente al 100%, porque nuestro piso era pequeñito, así que recibíamos visitas para cenar o tomar café, pero poco más. Alguna excepción hubo, y nos gustó mucho poder meter a gente a dormir en el altillo sin ventanas. Esperamos que ellos también estuvieran contentos.
Y ya vino Julia, y el piso en las afueras, con una habitación más, y ya pudimos recibir visitas formalmente. Primero fueron nuestros padres, para la boda. Luego Pete y María, y Luis… Y este fin de semana, Fiz, Laura y Guille.
El miércoles todo apuntaba al caos más absoluto: el fregadero estaba atascado, el pomo de la puerta del baño roto, la basura nos comía, y todo estaba desordenado. TODO. Pero los buenos anfitriones no se dejan achantar por nimiedades, y nos pusimos manos a la obra, para dejarlo todo perfecto. El resultado: el jueves por la noche ya no teníamos el fregadero atascado, porque no había ni fregadero. Ni cubo de la basura. Ni suelo, casi, porque apenas se veía de la de cosas que seguía habiendo encima. Antonio, que es azul, involucró al casero, al Hausmeister, a la comunidad y a la empresa que desatasca tuberías, y al final nos arreglaron la pifia que teníamos ahí liada. El resto fue cayendo por su propio peso y por nuestro duro trabajo. Long story short: los invitados llegaron a una casa con fregadero funcional, recogida y limpia (lo del pomo de la puerta del baño es una crisis pendiente). Y se lo pasaron teta (espero): probaron los bollitos de la panadería de abajo para desayunar, hicieron turismo, comieron en la mítica Augustiner, vieron Nymphenburg, lo fliparon con los frikis de la tele, ayudaron a Julia a soltarse andando… Todo regado con las mejores cervezas de la región. A ver si vuelven pronto, y podemos seguir practicando este nuevo papel con el que no nos habíamos sentido completamente llenos hasta ahora.

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